Ahora estaban frente a frente, como nunca lo habían estado antes. Sin máscaras y sin nada más que perder. Él la miraba desconcertado, ella era una extraña para él en ese momento, no reconocía a la mujer que tenía en frente. Ella lo miraba llena de rabia y dolor. En ese instante ya no era la misma que él conoció, él la había destrozado y ella había maquillado de su piel cada insulto, cada moretón, cada desprecio, cada mentira.
- ¡Odio ver en lo que te has convertido! - Le dijo.
- ¿En serio? - Ella le respondió.
- ¡Odio lo que eres ahora! - Continúo él.
- Pero no me odiabas cuando me lastimabas con cada palabra, cuando me herias con cada golpe. En ese entonces decías que me querías y aún así me lo quitabas todo, me haz destrozado todo! - Le gritó ella.
Él la miró como si no la reconociera, ella volvió a sonreir con malicia y rencor en su mirada. Efectivamente él la había destrozado, le había quitado todo. Ella había cambiado para siempre y ya no volvería a ser la misma. Él se había robado su esencia, con cada grito, con cada insulto, con cada explosión de ira. Con cada uno de sus puños había destrozado su delicadeza, había dejado grietas en sus pétalos, ya no era la rosa que era.
Él tomó su mano y la miró a los ojos, ella lo apartó y dio dos pasos atrás, sonrió y luego dijo:
- Yo era como una rosa, hermosa, dulce, frágil y única, pero tú te llevaste todo eso y ahora no queda nada. -
- Me arrebataste hasta mi libertad, y de la hermosa rosa que era, tan sólo quedaron las espinas. Y eso es lo que tienes ahora! - Ella dijo.
- Esto es lo que le sucede a la verdad, a la belleza, al amor e incluso a una persona cuando le robas su libertad... se marchita. - Le dijo mientras una lágrima corría por su mejilla.
- Perdóname! Qué puedo hacer para que vuelvas a ser lo que eras antes? - Él le preguntó.
- Olvídate de lo que yo era antes, ninguna rosa por más fuerte y hermosa que sea sobrevive en las llamas del infierno. - Le dijo
Ninguna rosa vuelve a ser la misma después de vivir sin agua, sin abono, sin alguien que la ame y la cuide, sin alguien que proteja su belleza y su libertad.
- Perdóname - Dijo él, pero para eso ya era tarde.
Una vez arrancas los pétalos de la rosa jamás podrás ponerlos en su lugar. Su belleza no vuelve a ser la misma, su perfume cambia, sus colores se vuelven tristes. Pedir perdón no basta.
- Una estrella puede caer a la tierra y llegar a tus manos pero jamás va a pertenecerte. - Ella le dijo, luego dio la espalda y se marchó, él no tuvo el valor de detenerla.
Tal vez ella volvería a ser una flor algún día, pero él, jamás volvería a tenerla.
Extraído de mi libro de Cuentos y relatos.